SE ACERCA LA NAVIDAD

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Se acerca una nueva Navidad, se termina otro año. Mientras tanto, el mundo sigue acelerando su caída y prepara la venida del máximo enemigo de Cristo. Y nosotros, los católicos, seguimos luchando, sobre todo contra nosotros mismos, contra las inclinaciones desordenadas que obstaculizan la unión perfecta con Cristo. O así debería ser. Y, si no es así, es tiempo de examinarse para ver qué tan bien nos preparamos para un encuentro que, tarde o temprano, se ha de dar: el encuentro con el Creador. El hombre puede, si quiere, vivir como si no existiera la muerte. El hombre no puede, aunque quiera, evitar llegar al fin de sus días. Pero lo que sí puede evitar es el eterno suplicio de los condenados. Para esto debe estar vivo en vida, es decir, debe poseer la gracia santificante que da vida al alma. La vida sobrenatural es imposible sin la fe. Dios da vida al que cree y sólo al que cree, por eso, creer o, lo que es lo mismo, poseer la virtud infusa de la fe, es la condición sine qua non para obtener la gracia. Católico es aquel que profesa esta fe sobrenatural y está bautizado. El católico tiene la obligación de vivir de acuerdo a la fe. La fe sin obras, no sólo es insuficiente para la salvación, sino que hasta puede volverse ocasión para la condenación. Si no trabajas por multiplicar los talentos que Dios te ha dado, incluso lo que pareces tener te será quitado (Mat. XXV, 29).

 La vida del católico es la vida de la fe. Lo mínimo en la vida espiritual es evitar el pecado mortal. ¿Cuántos lo hacen? Viven y no viven quienes aman el pecado. Viven la vida natural que se acaba pronto. No viven la vida sobrenatural que nunca se acaba. El pecado, para que sea mortal, necesita cumplir tres condiciones: que la materia del pecado sea grave (respecto al 6to y 9no mandamiento la materia siempre es grave), que haya plena advertencia y que haya pleno consentimiento. Si una de las condiciones está ausente, el pecado no será grave. Pero si las tres condiciones están presentes, el pecado será mortal, incluso si ocurre en un instante. Un pensamiento obsceno al cual damos pleno consentimiento es pecado mortal.

Recuerdo una ocasión en que me encontraba en la calle con un amigo. Una mujer pasó caminando cerca de nosotros y mi amigo la miró y dijo: «yo soy fiel a mi esposa, pero no soy ciego». En el momento no supe qué responder, debo admitir que su ocurrencia me tomó por sorpresa. Pero al reflexionar me di cuenta hasta qué punto se engañan los que, como mi amigo, se permiten miradas, pensamientos y deseos inmodestos. Piensan que el pecado sólo existe cuando hay una acción torpe. Sin embargo, las condiciones arriba mencionadas se pueden dar, y, de hecho, se dan frecuentemente, incluso sin cometer ninguna acción. Son pecados internos, pero tan letales como los externos.

Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón (Mt. V, 28).

La Navidad se acerca, y debemos estar alegres por lo que significa esta fiesta. El domingo que pasó fue el de Gaudete (Alegraos), así llamado por el texto de la Epístola (que también inspira el Introito):

Alegraos siempre en el Señor; de nuevo os digo, alegraos.
Vuestra benevolencia sea notoria a todos los hombres. El Señor está próximo.
Por nada os inquietéis, sino que en todo tiempo, en la oración y en la plegaria, sean presentadas a Dios vuestras peticiones, acompañadas de acción de gracias.
Y la paz de Dios, que sobrepuja todo entendimiento, guarde vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. (Flp. IV, 4)

La alegría cristiana procede de la buena conciencia, de saber que la mente y el corazón están dirigidos a Dios y que nuestras obras están en completa armonía con la fe. El fiel de Cristo endereza su vida por amor a Cristo, y para esto necesita del mismo Cristo, a Quien encuentra en la Sagrada Eucaristía, el Sacramento del amor. El fiel de Cristo acude al sacerdote para obtener el perdón de sus pecados. El fiel de Cristo reza todos los días y se encomienda a la Santísima Virgen, a fin de recibir de la Madre de Dios todo lo que necesita en lo espiritual y también en lo temporal. El fiel de Cristo se prepara para esta Navidad no a la manera de los mundanos que sólo piensan en la reunión familiar, los regalos y la recreación, sino como quien espera el Nacimiento de su Redentor. Para conmemorar la venida del Dios-Hombre, nada hay más necesario que la fe,  la esperanza y la caridad: virtudes que también exigirá Cristo cuando vuelva por segunda vez, a juzgar a los vivos y a los muertos.

 

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