ANTECUARESMA

Santa María Magdalena Penitente

El título de esta entrada es otro nombre con el que se conoce la Septuagésima, el breve período litúrgico que comienza.

La Antecuaresma se instituyó, o por lo menos se estableció definitivamente, en la época de San Gregorio Magno, quien fuera papa entre 590 y 604. Son tres los domingos que la conforman: el de Septugésima, el de Sexagésima y el de Quinquagésima, y su razón de ser estriba en evitar el tránsito brusco de Epifanía a Cuaresma y preparar a la vez la celebración de este santo tiempo. La Iglesia nos lleva de a poco a abandonar la alegría navideña para dar lugar al espíritu penitencial. Mientras esto sucede, el mundo mira hacia otro lado, huyendo del recuerdo de la realidad del pecado, y huyendo de Quien no hace mucho nació para salvarnos.

El Católico fiel se dispone una vez más a seguir el espíritu de su Madre, la Iglesia. Y Ella se prepara a derramar una lluvia de gracias sobre el humilde pecador que pide, busca y golpea. Pide misericordia, busca a su Dios, golpea a las puertas del Reino.

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San Juan de la Cruz

San Juan de la Cruz

«Si alguno quiere seguirme», dice Cristo, «niéguese a sí mismo y tome su cruz, y sígame» (Mateo XVI, 24).  En la Subida al Monte Carmelo, San Juan de la Cruz interpreta de un modo muy profundo este conocido pasaje evangélico. Citaremos sus palabras de manera textual, a fin de que el paciente lector forme una idea clara de la doctrina del Santo:

«¡Oh, quién pudiera aquí ahora dar a entender y a ejercitar y gustar qué cosa sea este consejo que nos da aquí nuestro Salvador de negarnos a nosotros mismos, para que vieran los espirituales cuán diferente es el modo que en este camino deben llevar del que muchos de ellos piensan! Que entienden que basta cualquiera manera de retiramiento y reformación en las cosas; y otros se contentan con en alguna manera ejercitarse en las virtudes y continuar la oración y seguir la mortificación, mas no llegan a la desnudez y pobreza, o enajenación o pureza espiritual, que todo es una, que aquí nos aconseja el Señor; porque todavía antes andan a cebar y vestir su naturaleza de consolaciones y sentimientos espirituales que a desnudarla y negarla en eso y esotro por Dios, que piensan que basta negarla en lo del mundo, y no aniquilarla y purificarla en la propiedad espiritual. De donde les nace que en ofreciéndoseles algo de esto sólido y perfecto, que es la aniquilación de toda suavidad en Dios, en sequedad, en sinsabor, en trabajo (lo cual es la cruz pura espiritual y desnudez de espíritu pobre de Cristo) huyen de ello como de la muerte, y sólo andan a buscar dulzuras y comunicaciones sabrosas en Dios. Y esto no es la negación de sí mismo y desnudez de espíritu, sino golosina de espíritu. En lo cual, espiritualmente, se hacen enemigos de la cruz de Cristo; porque el verdadero espíritu antes busca lo desabrido en Dios que lo sabroso, y más se inclina al padecer que al consuelo, y más a carecer de todo bien por Dios que a poseerle, y a las sequedades y aflicciones que a las dulces comunicaciones, sabiendo que esto es seguir a Cristo y negarse a sí mismo, y esotro, por ventura, buscarse a sí mismo en Dios, lo cual es harto contrario al amor. Porque buscarse a sí en Dios es buscar los regalos y recreaciones de Dios; mas buscar a Dios en sí es no sólo querer carecer de eso y de esotro por Dios, sino inclinarse a escoger por Cristo todo lo más desabrido, ahora de Dios, ahora del mundo; y esto es amor de Dios.» (Subida al Monte Carmelo, lib 2, cap. 5, n. 5)

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La Antecuaresma es el tiempo para dejar de buscarse a sí en Dios y comenzar a buscar a Dios en Dios, y en sí. La Antecuaresma trae consigo muchas gracias para ayudarnos a examinar nuestra alma y encontrar la raíz profunda de nuestras faltas. La Cuaresma exterminará con penitencia y oración ese obstáculo gigante que se llama amor propio y soberbia. Intentemos pues comprender el sentido profundo de este tiempo litúrgico. La penitencia corporal es sin duda necesaria: «castigo mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre», escribe San Pablo a los de Corinto. Mas la mortificación del espíritu es fundamental para alcanzar la perfección. Debemos ser serios en nuestro intento y resolución. Nuestro Señor nos recuerda en el Evangelio del día que «muchos son los llamados, y pocos los escogidos» (Mat. XX, 16).

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