La doble realidad de Francisco

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¿Cómo es que siendo sedevacantistas aceptamos como válida la elección de Francisco? Esta es una buena pregunta. La razón es más simple de lo que puede parecer a primera vista. Toda sana filosofía tiene como punto de partida la realidad. Analicemos pues la doble realidad de Francisco. Por un lado, sabemos que Francisco habita en el Vaticano, viste sotana blanca y es considerado por la gran mayoría del pueblo católico como legítimo sucesor de Pedro. Desde un punto de vista más técnico, observamos que Francisco es materialmente el sucesor de San Pedro. Es decir, antes de Francisco, estaba Benedicto XVI en la misma Sede. Y antes estuvo Juan Pablo II, etc. Si trazamos una línea de sucesores, llegamos ininterrumpidamente a San Pedro. Esta es la primera realidad que nadie puede negar. Independientemente de si Francisco es papa o no, es evidente que ocupa materialmente la Sede de San Pedro.

La segunda realidad a analizar es la carencia de autoridad en Francisco, lo cual lo vuelve formalmente antipapa. Lo que hace que una persona sea papa es la autoridad o jurisdicción papal. La fe católica enseña que un verdadero papa no puede enseñar doctrinas nocivas a la Iglesia universal, dado que la Iglesia es infalible e indefectible. Pero vemos que Francisco de hecho enseña muchas doctrinas heréticas al pueblo católico. Este último punto es importante. Un papa puede sostener herejías como doctor privado y permanecer papa; hay autores que incluso llegan a afirmar que un papa públicamente hereje sigue siendo papa hasta ser depuesto. No es mi intención discutir las diferentes posturas en torno a la posibilidad del papa hereje. Lo que debemos entender es que en el caso de Francisco más allá de su herejía personal, existe un problema mucho más importante. Francisco utiliza su posición de [aparente] autoridad para enseñar falsas doctrinas. Esto es infinitamente más grave que ser hereje y es algo totalmente incompatible con la jurisdicción papal.

Estas son las dos realidades de Francisco: por un lado disfruta de la posesión de la Sede papal, por otro lado, carece de verdadera autoridad.

No todos quieren ver estas dos realidades. Los así llamados sedevacantistas totales no dan importancia a la posesión material de la Sede y niegan la validez de la elección de Francisco. En el extremo opuesto están los sedeplenistas, según los cuales Francisco es un papa tan legítimo como cualquier otro.

Los sedeplenistas tienen que explicar cómo la Iglesia Católica es la religión verdadera si su cabeza visible enseña algo contrario a lo que siempre se enseñó.

Los sedevacantistas totales deben explicar cómo la Iglesia Católica puede hacerse de un nuevo papa si los electores han desaparecido. Sin una continuidad material no se puede recuperar el elemento formal del papado.

Los sedeplenistas, al reconocer la realidad jurídico-legal de la Iglesia oficial, concluyen erróneamente que Francisco es papa.

Los sedevacantistas totales, al reconocer la falta de autoridad en Francisco, concluyen erróneamente que la Iglesia oficial no posee realidad jurídico-legal alguna.

In medio veritas. La posición a la que adhiero reconoce las dos realidades y sostiene que los cardenales, si bien son modernistas y, en la mayoría de los casos, inválidamente ordenados, poseen sin embargo la facultad de elegir papa. Esto se debe a la continuidad material-legal de la jerarquía oficial. La elección del papa es algo humano y regido por la ley eclesiástica. Nadie puede negar que existe continuidad legal entre la jerarquía anterior y la posterior al Concilio. Y es una realidad inobjetable que sólo los cardenales poseen hoy la facultad de designación. En tiempos «normales» un Concilio General (imperfecto) poseería autoridad para reemplazar a los cardenales y proceder a una elección. Pero en la crisis presente, la Iglesia está privada de autoridad y, por lo tanto, totalmente imposibilitada de convocar un Concilio General. El poder de designación permanece en los cardenales y sólo en ellos.

Una objeción se presenta naturalmente: los cardenales actuales han sido nombrados por antipapas, ¿cómo es posible entonces que sean verdaderos cardenales?

La respuesta la daré en una futura entrada.

 

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