EL BUEN CAMINO

dos caminos

El fiel católico tiene ante sí dos caminos, uno está pavimentado, iluminado y muy bien adornado. El otro es de tierra, repleto de espinas y pedregoso. El primer camino consiste en reconocer a Francisco como legítimo papa, lo cual lleva, lógicamente, a la aceptación de la nueva religión del Concilio Vaticano II. El segundo camino consiste en mantener la religión Católica íntegra e intacta, es decir, libre de los errores del Concilio, lo cual lleva, lógicamente, a rechazar la legitimidad del papado de Francisco (1). Dos caminos, sí, pero no un mismo destino.  

El buen camino, entonces, consiste en adherir a la posición conocida por el nombre de sedevacantismo. El nombre “sedevacantismo” intimida. Parece que agrega algo a la noción de católico. Da la impresión de referir a algo distinto del simple catolicismo. Pero no es así. Cuando un papa muere, la Iglesia queda en estado de Sede Vacante. En tal situación, todos los católicos son “sedevacantistas”, por más que no caigan en la cuenta de ello. Dos cosas hacen que nuestra situación actual sea un caso singular: primero, el extenso período de tiempo por el que se ha prolongado la vacancia de la Sede. Segundo, que durante la vacancia actual, los cardenales nunca dejaron de elegir sucesores de Pedro. Este último punto es muy importante para entender cómo, en la presente situación, la Iglesia Católica continúa poseyendo la nota de apostolicidad.

Cónclave

Cardenales reunidos en cónclave

En un cónclave normal acontecen dos cosas. En primer lugar, los cardenales designan a un sujeto para que éste reciba la autoridad papal. En segundo lugar, el sujeto elegido acepta la designación de los cardenales, y, en el momento en que acepta, recibe la autoridad papal, o sea, es papa. En los cónclaves que se vienen sucediendo desde 1958, está presente el primer elemento, o sea, la designación, pero no el segundo, la aceptación. ¿Acaso no aceptaron Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco la designación cardenalicia? Verbalmente, sí, pero en realidad, no. La aceptación requerida implica, de parte del sujeto designado, una intención conforme al bien común de la Iglesia. De lo contrario, la voluntad del designado estaría colocando un obstáculo voluntario a la recepción de la autoridad. En otras palabras, si la persona designada tiene la intención de enseñar doctrinas heréticas a la Iglesia universal, por el mismo hecho, no puede volverse papa. Continuará siendo un electo al papado o papa materialmente, pero no papa formalmente, hasta tanto no abandone dicha intención desordenada.

Bendición conjunta con un cismático

Bendición conjunta con un cismático

La razón por la cual Francisco no es papa, es su intención de enseñar a la Iglesia universal doctrinas heréticas, como por ejemplo, la libertad religiosa o el ecumenismo (para nombrar sólo las principales). Pero Francisco ha sido legítimamente elegido papa, y, por esta razón, la sucesión apostólica de la Iglesia Católica está intacta. 

El buen camino es bueno, porque es el único. El único que lleva al Cielo. Si uno se llama a sí mismo católico pero permanece en comunión con Francisco, está afirmando o que la Iglesia Católica es defectible y el papa falible en cuestiones de fe o moral, o que las enseñanzas del Concilio Vaticano II y de Francisco proceden de Jesucristo mismo, dado que la autoridad del papa y la de Cristo, son una misma cosa. Ninguna de estas opciones es conforme al dogma católico.

El mundo entero se opone al catolicismo integral que el sedevacantista se propone profesar. Es mucho más fácil mostrarse indiferente y seguir la corriente, aceptando a Francisco y a su falso catolicismo. Es mucho más atractiva la vida cómoda y conforme al espíritu del mundo. Es mucho menos estresante el no tener que preocuparse en adecuar nuestros actos con las reglas “de antes”. Es mejor evitar el conflicto en materia religiosa y mezclarse con la moda intelectual y moral del momento. Sí, no negamos que el camino del “católico promedio” esté pavimentado, iluminado y muy bien adornado. Lo que negamos es que conduzca al Cielo.


(1) No hay un tercer camino. No se puede aceptar a Francisco y rechazar, al mismo tiempo, las enseñanzas del Concilio. Tal postura, conocida con el nombre de lefebvrismo, es absurda y no merece consideración en este escrito.

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