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Segundo grado de oración: la meditación
Importancia y necesidad de la meditación
Los extremos a evitarse con respecto al método de la meditación son la excesiva rigidez y el excesivo abandono. En un principio es bueno sujetarse a un método concreto y particularizado y seguir los pasos casi mecánicamente. La formación del hábito requiere esto. Con el tiempo, la oración se volverá más simple y es allí cuando el método (que tan útil fue al comienzo) puede volverse un obstáculo e impedimento para la plena expansión del alma en su libre vuelo hacia Dios.
Hay una gran variedad de métodos, pero todos se reducen a tres momentos: preparación, cuerpo de la meditación y conclusión.
1) La preparación. Lo primero que hay que hacer es ponerse en la presencia de Dios. Este paso es muy importante para fijar la atención, disciplinar la imaginación y olvidar todas las demás cosas. La oración es una conversación con Dios, es pues condición necesaria estar en un mismo lugar con la persona con quien queremos dialogar. Ponerse en presencia de Dios es en sí mismo un acto de fe. De inmediato se sigue el acto de humildad. No estamos frente a un igual, ni siquiera frente a un superior humano. Nos encontramos frente a Dios, y esto debe movernos a una profunda reverencia y respeto. El es todo, nosotros somos nada. El es perfectísimo, justísimo, santísimo. Nosotros somos criaturas muy imperfectas, y estamos llenos de pecados, debilidad y miseria. Por último, pediremos al Espíritu Santo la gracia de hacer bien la meditación.
2) Cuerpo de la oración. Dado que la lectura suele ser la mejor manera de alimentar la mente con pensamientos, es útil de antemano elegir un libro que nos provea de material para la meditación. Unos pocos pensamientos son suficientes, la lectura ha de ser breve y nunca debe convertirse en lectura espiritual. Hay personas que ni siquiera necesitan de un libro, otras dependen de él. Cada cual verá. Las materias ordinarias que es conveniente meditar son las que unen el alma con Dios, la mantienen en la fiel observancia de sus mandamientos y la ayudan a santificar su vida. Las obligaciones de su estado, los vicios y las virtudes, los novísimos, Dios y sus perfecciones, Jesucristo, sus misterios, sus ejemplos y palabras; la bienaventurada Virgen María y los santos, las solemnidades y los aspectos diversos del ciclo litúrgico; tales son las consideraciones más propias para excitar la devoción y alimentar la piedad.
Cualquiera que sea la materia particular que se medite, el objeto principal de nuestras consideraciones y afectos ha de ser siempre Nuestro Señor Jesucristo. Tanto nuestras oraciones como nuestras obras toman valor sólo cuando han sido hechas en unión con el divino Mediador.
3) Conclusión. Habiendo meditado, lo primero que hay que hacer es dar gracias a Dios. Dios es tan bueno que se ha dignado darnos luz y afecto a fin de que vivamos más unidos a El. Luego haremos un acto de ofrecimiento de todo nuestro ser y de todas nuestras obras. Por último (y esto es muy importante), haremos una resolución práctica (por ejemplo, ejercitar tal o cual virtud, evitar tal o cual falta a la que estamos inclinados) y pediremos la gracia de llevarla a cabo durante el día.
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Notas complementarias: es importante buscar un lugar propicio para la meditación, donde poder estar solos y en silencio. La duración de la meditación depende de cada alma y de las diversas circunstancias. Para comenzar, 15 o 20 minutos bastan. Con el tiempo se irá prolongando la duración. San Francisco de Sales, cabe destacar, dice que las personas del mundo y de vida activa deberían meditar diariamente durante una hora.