Hoy comenzó el Sínodo de la Familia, que más bien debiera llamarse Sínodo para la Destrucción de la Familia. Jorge Bergoglio busca continuar la tarea aggiornadora del Concilio Vaticano II, según la cual la Iglesia Católica debe adaptarse al hombre y al mundo moderno (o sea, debe abandonar la regla objetiva de moral y aceptar al pecador en cuanto tal). Nadie sabe cuán lejos llegará Bergoglio en su nefasto intento. Lo que sí es claro es el estado de abandono en que se encuentra la jerarquía modernista. Y por abandono me refiero a que Dios los ha abandonado, los ha dejado perecer en su soberbia e impiedad. El que no ama a Dios por sobre todas las cosas, debe convertirse al amor perfecto so pena de ser abandonado de Dios y morir eternamente. El amor sobrenatural o caridad presupone otra virtud infusa: la de la fe. Sin esta última, ninguna obra por buena que sea es meritoria para el Cielo. Bergoglio y sus secuaces han perdido hace tiempo la virtud de la fe. Esa es la razón por la que no pueden amar a Dios ni al prójimo. Lo que ellos llaman amor es un afecto desordenado. Ellos aman al hombre por el hombre mismo, y no por Dios. Condenan la pobreza y la violencia, porque estas cosas privan al hombre de felicidad temporal. Pero nunca enseñan el camino hacia la felicidad eterna. Hablan de pecados sociales pero no iluminan a la sociedad con la verdad evangélica. Alaban la simplicidad y la humildad pero prefieren sus ideas progresistas a la doctrina de Cristo.
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De acuerdo a la tesis modernista, el hombre es bueno por naturaleza [1], y en este contexto los actos humanos no pueden ser intrínsecamente perversos. De allí que no se de importancia a pecados contra la fe (por ejemplo, la herejía) o contra la moral (por ejemplo, la sodomía). Si proceden del hombre libre, estos actos no son ni pueden ser moralmente malos. La moralidad depende más bien (en este sistema) del contexto socio-cultural que, por su puesto, es relativo. Hoy por hoy, la fornicación, el adulterio, la sodomía no se consideran pecados graves; son, a lo sumo, “errores” que cualquiera puede cometer sin dejar de ser un buen cristiano. El fundamento para cambiar la disciplina sacramental no es otro que la deificación del hombre y el consecuente relativismo moral .
Pareciera que Bergoglio, Kasper y compañía tienen las ideas más claras que el Apóstol San Pablo (I Cor. VI, 9):
“No os forjéis ilusiones. Ni fornicarios, ni idólatras, ni adúlteros, ni afeminados, ni sodomitas… heredarán el reino de Dios.”
[1] Según la doctrina católica, el hombre fue creado bueno pero el pecado original le confirió un vulnus in natura, o sea, una herida en la naturaleza misma. Los modernistas niegan la doctrina del pecado original, o la explican de una manera herética. Pero van más allá: atribuyen a la naturaleza humana una cuasi incapacidad para el pecado, y, a Dios, una cuasi incapacidad para aplicar justicia. Cuando una persona muere, ésta se va automáticamente al Cielo.