DIOS Y EL HOMBRE

Florencia

Florencia

Hace unos días regresé de un hermoso viaje por Europa. Tuve la oportunidad de visitar, junto a mi madre, las ciudades de Roma, Florencia, Venecia y París. La bondad de Dios se manifiesta de mil maneras, y esta vez quedó evidenciada en los días inmejorables, llenos de sol, que acompañaron nuestra estadía en el viejo continente.

El contraste que existe entre el presente pagano y el pasado católico de Europa es tan inmenso, que se me hace muy difícil entender la actitud de los que afirman que el Concilio Vaticano II «no cambió nada». El cura párroco de Sant’Eustachio (Roma) se acercó a nosotros para decirnos (con una alegría inmensa) que dicha iglesia es usada todos los días como restaurante para los pobres: «corremos los bancos, ponemos mesas y le damos de comer a los pobres, acá mismo», me decía. ¿Ah, sí?, le respondí, mordiéndome la lengua para no decirle algo menos caritativo.

Ironía: se les da pan y se les niega la Eucaristía.

El espíritu de Bergoglio: sólo de pan vive el hombre…

En París, una de las primeras cosas que hicimos al llegar fue visitar Notre-Dame. Entramos y se estaba celebrando la asamblea modernista. En el interior de la misma catedral, a la izquierda, un puesto de ventas, ocupando por los menos veinte metros de espacio, con varias mesas.  A quienes hicieron lo mismo en el Templo de Jerusalén, Nuestro Señor los sacó a latigazos… en fin.

San Marco, en Venecia, posee una colección de reliquias impresionante. Lamentablemente, los nombres de los santos a los que pertenecen las reliquias no están indicados en ningún lado. Logré descifrar algunas de las leyendas de los relicarios, como por ejemplo, el que contiene parte del cráneo de Santiago el Menor. Mientras contemplaba los santos vestigios, escuché a un turista comentar: «acá vamos a terminar todos después de morir». Lo gracioso es que lo dijo en serio.

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Tres simples anécdotas que sirven como ejemplo para ilustrar la mentalidad y actitud del hombre actual. El hombre se cree el centro de todas las cosas. Todas las cosas deben servir al hombre. Incluso Dios. Sobre todo, Dios. El hombre debe ser feliz y debe procurarse dicha felicidad a toda costa. Hoy, lo sagrado no existe, o se llama sagrado a lo que pertenece al hombre, como la vida, la salud, la misma felicidad. La sacralidad de Dios y de los santos, la trascendencia de lo sobrenatural y el lugar que debe ocupar la gracia en la vida y obrar humanos, todo esto ya no existe. Se ha borrado todo vestigio del Dios que nos creó, nos redimió y nos santificó. Hoy sólo existe el hombre, el honor y la gloria se deben sólo a él. Eso es lo que se ve en Europa, más que en cualquier parte del mundo. Europa fue católica hasta hace medio siglo. No es lo mismo apostatar de la verdadera religión que nunca haber conocido la verdadera religión. Europa es apóstata y rebelde. Las iglesias son piedras sin vida, pues ya no hay ni fe ni Presencia Real. Cuando uno visita los templos, debe usar la imaginación para comprender la razón de su existencia; debe viajar en el tiempo y contemplar la piedad de los fieles que allí oyeron Misa, la santidad de vida de tantos varones y mujeres de Dios que se arrodillaron a rezar miles de veces y hablaron con el mismísimo Creador, justo allí donde hoy saca una foto, mascando chicle, una mujer inmodesta y vulgar.

Dios ha permitido la Gran Apostasía a fin de procurarnos un bien mucho mayor. Debemos tener paciencia y motivarnos en cada batalla espiritual con el recuerdo de aquellos que nos dieron, con la gracia de Dios y esfuerzo propio, estos templos tan majestuosos. Debemos edificar el templo de Dios en nuestra alma, pues la verdadera belleza, es la interior, de la que nadie podrá privarnos.