Importancia de la salud eterna

Francesco_Botticini_-_The_Assumption_of_the_Virgin.jpg


A continuación presentamos un sermón de San Alfonso para el Domingo de Septuagésima.

Misit eos in vineam suam.

Enviólos a su viña.

(Mat. xx, 2).

La viña del Señor son nuestras almas, que nos fueron dadas con el fin de que las cultivemos por medio de las buenas obras, para que puedan un día ser admitidas en la gloria eterna. «Pero, ¿en qué consiste, dice Salviano, que creyendo el cristiano lo futuro, no lo teme?» Quid causa est, quod christianus, si futura credit, futura non timeat? Los cristianos creen en la muerte, el juicio, el infierno, el paraíso; pero a pesar de esto, viven como si no creyesen, como si estas verdades de fe fuesen fábulas e invenciones de viejas. Viven muchos como si no hubiesen de morir ni dar cuenta a Dios de su vida, y como si no hubiera infierno ni gloria. ¿Creerán acaso que todo esto es falso? No; pero no piensan en ello, y por eso se pierden. Están embebecidos en los negocios del mundo, y no piensan en el alma. Quiero, por tanto, haceros presente hoy, que el negocio de la salvación del alma, es el mas importante de todos los negocios:

Punto 1.° Porque perdida el alma, todo está perdido para nosotros.

Punto 2.° Porque perdida el alma una vez, se perdió para siempre.

PUNTO I.

Perdida el alma, todo está perdido para nosotros.

1. El Apóstol escribe a los de Tesalónica: «Os ruego, hermanos, que atendáis a vuestro negocio». (iv, 11.) La mayor parte de los mundanos ponen toda su atención en los negocios de la tierra, y se olvidan de su salvación. ¡Qué diligencia no ponen en ganar un pleito, en obtener un empleo, en contraer un matrimonio! ¡Cuántos medios , cuantas medidas se toman para conseguirlo! No se come, no se duerme ni se descansa, mientras falta algo quehacer a fin de conseguir esas cosas. ¿Y qué hacen estos mismos para salvar el alma? Todos se avergüenzan de que digan de ellos que son descuidados en los negocios de su casa, y pocos tienen vergüenza de descuidarse de su alma. Pues yo os digo con S. Pablo: Hermanos míos, os ruego que sobre todo atendáis a vuestro negocio, ut negotium vestrum agatis, esto es, al negocio de vuestra salvación.

2. S. Bernardo dice, que las bagatelas de los niños se llaman bagatelas y niñerías; pero cuando llegan a ser hombres, estas niñerías toman el nombre de negocios, y muchos pierden por ellos el alma. Si en este mundo perdemos en un negocio, podemos ganar en otro; pero si morimos en desgracia de Dios y perdemos el alma, ¿cómo podremos compensar una pérdida tan grande? Quam dabit homo commutationem pro anima sua? (Math. xvi, 26.) San Euterio dice a los que viven descuidados de su salvación: Si no comprendes cuánto vale tu alma, dando crédito a Dios que la creó a su imagen y semejanza, créelo porque lo dice Jesucristo que la redimió con su misma sangre. «Fuisteis rescatados no con oro, o plata, que son cosas perecederas, dice S. Pedro, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero inmaculado , y sin tacha (I Pe. i, 18. et 19.)

3. Tanto es lo que estima Dios a tu alma; pero también el demonio la aprecia tanto, que por hacerse dueño de ella no duerme ni sosiega, sino que continuamente va en torno de ella, deseando devorarla. Por eso exclama S. Agustín : «¡Vela el enemigo, y te atreves tu a dormir! Vigilat hostis, dormis tu? Habiendo un príncipe pedido un favor al papa Benedicto XII, que este no podía concederle sin escrúpulos de conciencia, respondió a su embajador: «Escribid a vuestro amo, que si yo tuviese dos almas , podría perder una por complacerle; pero no teniendo más que una, no puedo perderla.» Y de este modo le negó el favor que pedía.

4. Hermanos míos, sálvese el alma, y no importa que se pierdan todos los negocios de la tierra. Pero si perdéis el alma, ¿de que os servirá haber tenido en este mundo riquezas, honores y placeres? Quid prodest homini, si mundum universum lucretur, animæ vero suæ detrimentum patiatur? (Math. xvi, 26.) Con esta máxima ganó tantas almas para Dios S. Ignacio de Loyola, especialmente la de Francisco Javier, que estando en París se ocupaba en juntar bienes terrenos. Mas un día le habló S. Ignacio diciéndole : «Francisco ¿a quién sirves? Sirves al mundo, que es un traidor que promete y no cumple. Pero supongamos que cumpliera, ¿cuánto tiempo duran los bienes que él promete? ¿Pueden durar acaso mas que la vida? Después de la muerte ¿de qué te servirán si no te salvas?» Y entonces le recordó la sentencia del Evangelio: Quid prodest, etc. Lo que nos importa es la salvación. No necesitamos hacernos ricos en este mundo, ni adquirir honores y dignidades, sino salvar el alma, porque si no entramos en el cielo, seremos condenados para siempre a los infiernos. Hermanos míos, a uno de estos dos dos lugares hemos de venir a parar: o condenados, o salvados. Si lo primero, ¡desgraciados de nosotros! Dios no nos ha creado para esta tierra, ni nos conserva la vida para que nos hagamos ricos o gocemos, sino para que aseguremos la vida eterna.

5. ¡Qué necio es, dice S. Felipe Neri, el que no atiende sobre todo a la salvación de su alma! Si hubiese en la tierra hombres mortales y hombres inmortales, y vieran aquellos que estos se dedicaban enteramente a adquirir bienes mundanos , les dirían con razón: Muy necios sois, porque podéis adquirir los bienes inmensos y eternos del paraíso, y perdéis el tiempo en adquirir estos bienes mezquinos de la tierra, que perecen tan pronto como morimos. ¿Y por estos bienes os ponéis en peligro de padecer eternamente en el infierno? Dejad que atendamos a las cosas de la tierra , nosotros los desventurados mortales, para quienes todo termina con la muerte. Pero, lo cierto es, que todos somos inmortales, y cada uno de nosotros, o ha de ser eternamente feliz en la otra vida, o eternamente desgraciado. Esta será la desgraciada suerte de tantos que solamente piensan en lo presente, y se olvidan de lo futuro: Utinam seperent et intelligerent, ac novissima providerent. Ojalá supiesen perder el apego a los bienes presentes y terrenos que duran poco, y atender a lo que les ha de suceder después de la muerte , que es, o ser reyes del cielo, o esclavos del infierno por toda la eternidad. El mismo S. Felipe Neri, hablando un día con un joven llamado Francisco, que tenia talento y esperaba hacer fortuna en el mundo, le dijo estas palabras: «Sin duda, hijo, tú harás fortuna; serás buen abogado, luego prelado, después cardenal, y acaso también papa. Pero, y ¿después? y después? Vete,» le dijo finalmente : «piensa en estas ¡dos últimas palabras ». Partió el joven , y meditando en su casa en ellas, abandonó las esperanzas terrenas , y se dedicó enteramente a Dios: dejó el mundo, entrando en la misma congregación de San Felipe, y murió en ella santamente.

6. Præterit figura hujus mundi. (1. Cor. vii, 31.) Sobre estas palabras dice Cornelio a Lápide, que el mundo es un teatro. Efectivamente , nuestra vida presente es una comedia que se representa en él: ¡dichoso el que sabe representar bien su papel salvando su alma! De otro modo, habrá atendido a acumular riquezas y honores mundanos; pero con razón se le podrá llamar necio y echarle en cara cuando muera lo que se le dijo al rico del Evangelio: Insensato! « esta misma noche han de exigir de ti la entrega de tu alma: ¿de quién será cuanto has acumulado? (Luc. xii, 20). Explicando Toledo estas palabras, dice que el Señor nos ha dado el alma en depósito para que la defendamos de los asaltos de los enemigos, y por eso a la hora de la muerte vendrán los ángeles a pedírnosla para presentarla al tribunal de Jesucristo; pero si la hemos perdido, atendiendo solamente a amontonar bienes terrenos, estos pasarán entonces a otras manos; y ¿cuál será la suerte de nuestra alma?

7. ¡Mundanos insensatos! ¿Qué os quedará a la hora de la muerte de todas las riquezas adquiridas, y de todas las pompas y vanidades de este mundo? Durmieron su sueño, y todos esos hombres opulentos se encontraron sin nada, vacías sus manos: Dormierunt somnum suum, et nihil invenerunt omnes viri divitiarum in manibus suis. (Ps. lxxv, 6.) Con la muerte terminará esta vida, que no es más que un sueño, y ningún mérito les quedará para la eternidad. Preguntad a tantos grandes de la tierra, a tantos príncipes y emperadores que mientras vivieron abundaron en riquezas, honores y delicias, y ahora están padeciendo eternamente en el infierno: ¿qué os queda ahora de tantas riquezas que poseíais mientras vivisteis en el mundo? Y responderán los infelices llorando: «Nada, nada absolutamente.» Y de tantos honores, de tantas delicias, de tantos triunfos, ¿qué os queda? Nada, nada.

8. Tenía, pues, razón para decir S. Francisco Javier, que en el mundo no hay más que un solo bien y un solo mal. El único bien es salvarse, y el único mal es condenarse. Por eso decía David: «Una sola cosa he pedido al Señor, esta solicitaré; y es, el que yo pueda vivir en la casa del Señor, todos los días de mi vida.» (Ps. xxvi, 4.) Una cosa sola debemos buscar nosotros, que nos conceda el Señor la gracia de salvar el alma; porque estando esta salva, todo lo habremos salvado; y perdida esta, todo lo habremos perdido. Y nunca se olvide, que perdida el alma una vez, está perdida para siempre, que es el segundo punto.

PUNTO II.

Perdida el alma una vez, se perdió para siempre.

9. Lo que más debemos considerar, es, que no se muere más que una vez. Si muriéramos dos, quizá podríamos perder el alma la primera y salvarla la segunda. Pero no sucede así, sino que una vez perdida el alma, se perdió para siempre. Sta. Teresa lo repetía sin cesar a sus religiosas, diciéndoles: «Hijas mías, no tenemos más que un alma y una eternidad: perdida aquella, todo se perdió, y se perdió para siempre.»

10. Escribe S. Euquerio, queno hay error mas funesto que descuidar el negocio de la salud eterna, porque es error que no tiene remedio. Los otros pueden remediarse; por ejemplo, si uno pierde una capa, puede comprar otra: si perdemos un destino, podemos obtener otro: y aun cuando perdamos la vida, todo se remedia si nos salvamos. Pero el que se condena y pierde el alma no puede de ningún modo remediar esta pérdida. Este es el desconsuelo de los tristes condenados, pensar que para ellos pasó ya el tiempo de poderse salvar, y que no tienen esperanza de remediar su eterna condenación. Finita est æstas, et nos salvati non sumus. (Jer. viii, 20.) Por lo que lloran y llorarán eternamente, diciendo con el mayor desconsuelo: «¿Luego descarriados hemos ido del camino de la verdad, no nos ha alumbrado la luz de la justicia? (Sap. v, 6.) Pero ¿de qué les servirá conocer su error cuando ya no tiene remedio?

11. La mayor pena de los condenados es pensar que perdieron el alma para siempre. ¡Oh infeliz! dice Dios a un condenado; tú te has labrado tu perdición; que quiere decir: tú, pecando, has sido la causa de tu condenación, mientras yo estaba dispuesto a salvarte, si querías atender a tu salud eterna. Santa Teresa dice, que si uno pierde por un descuido suyo un anillo, un vestido o cualquier otra cosa, no come, ni duerme, ni halla tranquilidad, pensando que lo ha perdido por causa propia. ¿Cuál será, pues, la pena del condenado en el infierno, al pensar que ha perdido el alma para siempre por culpa suya?

12. Es preciso, pues, que de hoy en adelante pongamos todo el cuidado posible en salvar nuestra alma- No se trata, dice S. Juan Crisóstomo, de perder algún bien terreno, que finalmente con la muerte debíamos perder algún día: sino de perder el paraíso y de ir a padecer en el infierno. Conviene por tanto trabajar con temor y temblor en la obra de vuestra salvación Cum metu et tremore vestram salutem operamini. (Phi.ip. ii, 12.) Y por esta razón, si queremos salvarnos, es preciso que trabajemos por vencer las ocasiones y resistirlas tentaciones. El cielo no se alcanza sino a viva fuerza ; y los que se la hacen á sí mismos son los que le arrebatan. Violenti rapiunt illud (Matth. xi, 21.) S. Andrés Avelino lloraba, diciendo: «¿Quién sabe, si me salvaré, o me condenaré?» S. Luis Beltrán solía exclamar: «¡Qué será de mí en el otro mundo!» ¿Y no temeremos nosotros la incertidumbre en que estamos acerca de la suerte que nos espera? Supliquemos a Jesucristo y a su Madre santísima, que nos presten su ayuda, para que podamos salvar nuestra alma, puesto que este es el negocio que mas nos importa. Si este nos sale bien, seremos felices para siempre: pero si nos sale mal, por nuestro descuido o negligencia, seremos desgraciados por toda la eternidad; tendremos que repetir con los condenados: Ergo erravimus a via veritatis. Erramos el camino de la verdad, y hemos seguido el que nos ha conducido al abismo de la eterna condenación.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *