Amor a las almas

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Sor Isabel de la Trinidad (1880-1906) fue una religiosa carmelita francesa cuya doctrina espiritual goza de la más alta autoridad en la teología mística. Víctima de amor, falleció a la corta edad de 26 años.

El 12 de marzo de 1899 (dos años antes de ingresar al convento) se encontraba Elisabeth Catez – tal era su nombre secular – participando de una misión organizada por los Padres Redentoristas en Dijon (ciudad al este de Francia). Los apuntes biográfico-doctrinales, que hallamos al final de sus obras completas publicadas por la B.A.C., traen la siguiente nota:

4 de marzo – 2 de abril Misión General en Dijon predicada por los Padres Redentoristas. Gran fervor de espíritu y ardiente celo apostólico de Isabel por las almas sobre todo por la conversión del señor Chapuis, propietario de su casa en Dijon.

En su diario espiritual, en la entrada del 12 de marzo, dejaba Isabel estas fervorosas líneas:

¡Oh Jesús! Si he vivido muchos años indiferente a la salvación de mis hermanos y ofendiéndote tanto, al menos, hace ya tiempo que mi único deseo es llevarte almas. Mi corazón arde y se consume por realizar esta obra de redención. Esposo divino, quiero consolarte. Quiero hacerte olvidar la indignación que otros te producen. Por eso, Esposo querido,  «o padecer o morir».

Existen cuatro modos de ejercitar este celo por las almas.

La oración.

Ejerce un influjo eficaz sobre el corazón de Dios. Hay que orar con perseverancia, sin desaliento, aunque nos sorprenda la muerte sin haber sido escuchados.

Ejemplaridad de la palabra.

A veces una palabra deslizada oportunamente puede producir gran efecto. No despreciemos cuantas ocasiones se nos presenten de realizarlo.

El buen ejemplo. 

Si el mal ejemplo es algo tan terrible y funesto, cuánto bien puede producir el buen ejemplo. Es, a veces, más elocuente que un sermón. ¡Cuántos hombres se han convertido por el influjo de una mujer piadosa!

El sacrificio. 

Jesucristo ha realizado su obra de redención a través del sufrimiento. Desde entonces, El nos invita a elegir el camino del sacrificio como medio más eficaz para salvar las almas.

Más de un siglo ha pasado desde aquella misión en Dijon. Hoy, en un mundo marcado por la apostasía general, mueren aproximadamente 151,600 personas por día. De entre ellas, ¿cuántas conocían a Cristo? Pensemos por un momento en las pobres almas que necesitan mucho de nuestra oración, de nuestra palabra, de nuestro ejemplo y de nuestro sacrificio. Imitemos a Isabel de la Trinidad: amemos a Cristo y roguemos nos haga instrumentos de Su Paz.

Dos capítulos de la Imitación

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Cuán pocos son los que aman la Cruz de Cristo

1. Jesucristo tiene ahora muchos amadores de su reino celestial, mas muy pocos que lleven su cruz.

Tiene muchos que desean la consolación, y muy pocos que quieran la tribulación.

Muchos compañeros halla para la mesa, y pocos para la abstinencia.

Todos quieren gozar con El, mas pocos quieren sufrir algo por El.

Muchos siguen a Jesús hasta el partir del pan, mas pocos hasta beber el cáliz de la pasión.

Muchos honran sus milagros, mas pocos siguen el vituperio de la cruz.

Muchos aman a Jesús, cuando no hay adversidades.

Muchos le alaban y bendicen en el tiempo que reciben de El algunas consolaciones: mas si Jesús se escondiese y los dejase un poco, luego se quejarían o desesperarían mucho.

2. Mas los que aman a Jesús, por el mismo Jesús, y no por alguna propia consolación suya, bendícenle en toda la tribulación y angustia del corazón, tan bien como en consolación.

Y aunque nunca más les quisiese dar consolación, siempre le alabarían, y le querrían dar gracias.

3. ¡Oh! ¡Cuánto puede el amor puro de Jesús sin mezcla del propio provecho o amor!

¿No se pueden llamar propiamente mercenarios los que siempre buscan consolaciones?

¿No se aman a sí mismos más que a Cristo, los que de continuo piensan en sus provechos y ganancias?

¿Dónde se hallará alguno tal, que quiera servir a Dios de balde?

4. Pocas veces se halla ninguno tan espiritual, que esté desnudo de todas las cosas.

Pues ¿quién hallará el verdadero pobre de espíritu y desnudo de toda criatura?

Es tesoro inestimable y de lejanas tierras.

Si el hombre diere su hacienda toda, aún no es nada.

Si hiciere gran penitencia, aún es poco.

Aunque tenga toda la ciencia, aún está lejos: y si tuviere gran virtud y muy ferviente devoción, aún le falta mucho; le falta cosa que le es más necesaria.

Y esta ¿cuál es? Que dejadas todas las cosas, deje a sí mismo y salga de sí del todo, y que no le quede nada de amor propio.

Y cuando ha hecho todo lo que conociere que debe hacer, aún piense no haber hecho nada.

5. No tenga en mucho que le puedan estimar por grande, mas llámese en la verdad siervo sin provecho, como dice Jesucristo.

Cuando hubiereis hecho todo lo que os está mandado, aún decid: Siervos somos sin provecho.

Y así podrás ser pobre y desnudo de espíritu, y decir con el profeta: Porque uno solo y pobre soy.

Ninguno todavía hay más rico, ninguno más poderoso, ninguno más libre, que aquel que sabe dejarse a sí y a toda cosa, y ponerse en el más bajo lugar.

Del camino real de la Santa Cruz

1. Esta palabra parece dura a muchos: Niégate a ti mismo, toma tu cruz, y sigue a Jesús.

Pero mucho más duro será oír aquella postrera palabra: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno. Pues los que ahora oyen y siguen de buena voluntad la palabra de la cruz, no temerán entonces oír la palabra de la eterna condenación.

Esta señal de la cruz estará en el cielo, cuando el Señor vendrá a juzgar.

Entonces todos los siervos de la cruz, que se conformaron en la vida con el crucificado, se llegarán a Cristo juez con gran confianza.

2. Pues que así es, por qué tenéis tomar la cruz, por la cual se va al reino?

En la cruz está la salud, en la cruz la vida, en la cruz está la defensa de los enemigos, en la cruz está la infusión de la suavidad soberana, en la cruz está la fortaleza del corazón, en la cruz está el gozo del espíritu, en la cruz está la suma virtud, en la cruz está la perfección de la santidad.

No está la salud del alma, ni la esperanza de la vida eterna, sino en la cruz.

Toma, pues, tu cruz, y sigue a Jesús, e irás a la vida eterna.

El vino primero, y llevó su cruz y murió en la cruz por ti; porque tú también la lleves, y desees morir en ella.

Porque si murieres juntamente con El, vivirás con El. Y si fueres compañero de la pena, lo serás también de la gloria.

3. Mira que todo consiste en la cruz, y todo está en morir en ella. Y no hay otra vía para la vida, y para la verdadera entrañable paz, sino la vía de la santa cruz y continua mortificación.

Ve donde quisieres, busca lo que quisieres, y no hallarás más alto camino en lo alto, ni más seguro en lo bajo, sino la vía de la santa cruz.

Dispón y ordena todas las cosas según tu querer y parecer, y no hallarás sino que has de padecer algo, o de grado o por fuerza: y así siempre hallarás la cruz.

Pues, o sentirás dolor en el cuerpo, o padecerás tribulación en el espíritu.

4. A veces te dejará Dios, a veces te perseguirá l prójimo: lo que peor es, muchas veces te descontentarás de ti mismo, y no serás aliviado, ni refrigerado con ningún remedio ni consuelo; mas conviene que sufras hasta cuando Dios quisiere.

Porque quiere Dios que aprendas a sufrir la tribulación sin consuelo, y que te sujetes del todo a El, y te hagas más humilde con la tribulación.

Ninguno siente así de corazón la pasión de Cristo, como aquel a quien acaece sufrir cosas semejantes.

Así que la cruz siempre está preparada, y te espera en cualquier lugar; no puedes huir dondequiera que estuvieres, porque dondequiera que huyas, llevas a ti contigo, y siempre hallarás a ti mismo.

Vuélvete arriba, vuélvete abajo, vuélvete fuera, vuélvete dentro, y en todo esto hallarás cruz. Y es necesario que en todo lugar tengas paciencia, si quieres tener paz interior, y merecer perpetua corona.

5. Si de buena voluntad llevas la cruz, ella te llevará, y guiará al fin deseado, adonde será el fin del padecer, aunque aquí no lo sea.

Si contra tu voluntad la llevas, cargaste, y hácestela más pesada: y sin embargo conviene que sufras.

Si desechas una cruz, sin duda hallarás otra, y puede ser que más grave.

6. ¿Piensas tu escapar de lo que ninguno de los mortales pudo? ¿Quién de los Santos fue en el mundo sin cruz y tribulación? Nuestro Señor Jesucristo por cierto, en cuanto vivió en este mundo, no estuvo una hora sin dolor de pasión.

Porque convenía, dice, que Cristo padeciese, y resucitase de los muertos, y así entrase en su gloria.

Pues ¿cómo buscas tú otro camino sino este camino real, que es la vida de la santa cruz?

7. Toda la vida de Cristo fue cruz y martirio, y tú ¿buscas para ti holganza y gozo?

Yerras, te engañas si buscas otra cosa sino sufrir tribulaciones; porque toda esta vida mortal está llena de miserias, y de toda parte señalada de cruces. Y cuanto más altamente alguno aprovecharé en espíritu, tanto más graves cruces hallará muchas veces, porque la pena de su destierro crece más por el amor.

8. Mas este tal así afligido de tantas maneras, no está sin el alivio de la consolación; porque siente el gran fruto que le crece con llevar su cruz.

Porque cuando se sujeta a ella de su voluntad, toda la carga de la tribulación se convierte en confianza de la divina consolación.

Y cuanto más se quebranta la carne por la aflicción, tanto más se esfuerza el espíritu por la gracia interior.

Y algunas veces tanto es confortado del afecto de la tribulación y adversidad, por el amor y conformidad de la cruz de Cristo, que no quiere estar sin dolor y tribulación: porque se tiene por más acepto a Dios, cuanto mayores y más graves cosas pudiere sufrir por El.

Esto no es virtud humana, sino gracia de Cristo, que tanto puede y hace en la carne flaca, que lo que naturalmente siempre aborrece y huye, lo acometa y acabe con fervor de espíritu.

9. No es según la condición humana llevar la cruz, amar la cruz, castigar el cuerpo, ponerle en servidumbre; huir las honras, sufrir de grado las injurias, despreciarse a sí mismo, y desear ser despreciado; sufrir toda cosa adversa y dañosa, y no desear cosa de prosperidad en este mundo.

Si miras a ti, no podrás por ti cosa alguna de éstas: mas si confías en Dios, El te enviará fortaleza del cielo, y hará que te estén sujetos el mundo y la carne.

Y no temerás al diablo tu enemigo, si estuvieses armado de fe, y señalado con la cruz de Cristo.

10. Dispónte, pues, como buen y fiel siervo de Cristo, para llevar varonilmente la cruz de tu Señor crucificado por tu amor.

Prepárate a sufrir muchas adversidades y diversas incomodidades en esta miserable vida; porque así estará contigo Jesús adondequiera que fueres; y de verdad que le hallarás en cualquier parte que te escondas.

Así conviene que sea, y no hay otro remedio para evadirse del dolor y de la tribulación de los males, sino sufrir.

Bebe afectuosamente el cáliz del Señor, si quieres ser su amigo, y tener parte con El.

Remite a Dios las consolaciones, para que haga con ellas lo que más le agradaré.

Pero tú dispónte a sufrir las tribulaciones, y estímalas por grandes consuelos; porque no son condignas las pasiones de este tiempo para merecer la gloria venidera, aunque tú solo pudieses sufrirlas todas.

11. Cuando llegares a tanto, que la aflicción te sea dulce y gustosa por amor de Cristo, piensa entonces que te va bien; porque hallaste el paraíso en la tierra.

Novena a San José

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Marzo es el mes dedicado a San José. No mejor manera de honrar al Patrono de la Iglesia que confiando en su poder de intercesión. A continuación presentamos una simple y efectiva Novena que consiste en dedicar nuestros pensamientos a San José cuatro veces al día (sin importar cuándo ni dónde), y honrándolo en los siguientes cuatro puntos:

  1. Su fidelidad a la gracia. Piensa en esto por un minuto, da gracias a Dios y pide por medio de San José ser fiel a la gracia.
  2. Su fidelidad a la vida interior. Piensa, agradece y pide.
  3. Su amor por la Virgen María. Piensa, agradece y pide.
  4. Su amor por el Niño Jesús. Piensa, agradece y pide.

Solamente debes considerar un punto por visita.

Esta novena es tan eficaz que se aconseja estar seguro de realmente querer aquello que se pide.

Sancte Joseph, ora pro nobis!

Importancia de la salud eterna

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A continuación presentamos un sermón de San Alfonso para el Domingo de Septuagésima.

Misit eos in vineam suam.

Enviólos a su viña.

(Mat. xx, 2).

La viña del Señor son nuestras almas, que nos fueron dadas con el fin de que las cultivemos por medio de las buenas obras, para que puedan un día ser admitidas en la gloria eterna. «Pero, ¿en qué consiste, dice Salviano, que creyendo el cristiano lo futuro, no lo teme?» Quid causa est, quod christianus, si futura credit, futura non timeat? Los cristianos creen en la muerte, el juicio, el infierno, el paraíso; pero a pesar de esto, viven como si no creyesen, como si estas verdades de fe fuesen fábulas e invenciones de viejas. Viven muchos como si no hubiesen de morir ni dar cuenta a Dios de su vida, y como si no hubiera infierno ni gloria. ¿Creerán acaso que todo esto es falso? No; pero no piensan en ello, y por eso se pierden. Están embebecidos en los negocios del mundo, y no piensan en el alma. Quiero, por tanto, haceros presente hoy, que el negocio de la salvación del alma, es el mas importante de todos los negocios:

Punto 1.° Porque perdida el alma, todo está perdido para nosotros.

Punto 2.° Porque perdida el alma una vez, se perdió para siempre.

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LA CUARESMA

Monseñor Sanborn en su última carta a los benefactores comenta dos citas de dos grandes santos: una es de San Agustín, y dice, más o menos, así: la única razón por la cual Dios mantiene con vida a los impíos es para ejercitar la virtud de los justos. La segunda cita, de San Alfonso, dice: la única razón por la cual Dios mantiene a los justos con vida es para que lleven la cruz.

Ambas citas llevan implícita la enseñanza católica de la necesidad de la penitencia y mortificación, el cargar de la cruz, algo que en más de una ocasión sucede no por voluntad nuestra, sino por mandato o permisión de Dios. La persecución sufrida por muchos santos nos indica que este género de sufrimiento es muy meritorio y agradable a Dios.

Por la palabra ayuno los Padres de la Iglesia entendían no sólo la práctica de mortificarse en la mesa, sino el conjunto de los ejercicios penitenciales. La mortificación es un medio y no un fin; es un medio por el cual fortalecemos nuestra voluntad y removemos los obstáculos que nos impiden rezar como se debe. La mortificación nos dispone a la oración. Por su parte, la mortificación perfecta es inalcanzable sin la oración. De esto se sigue que ambos ejercicios, el de la mortificación y el de la oración, siempre deben ir juntos y nunca separarse.

Durante la Cuaresma, la Iglesia nos pide que hagamos penitencia y que recemos más. La Cuaresma es tiempo de conversión, donde el alma debe abandonar el pecado y comenzar una vida piadosa con seriedad. Si hacemos oídos sordos al llamado de la Iglesia, no esperemos obtener misericordia al final de la vida.

Castigo mi cuerpo y lo someto a servidumbre, dice San Pablo, no sea que habiendo predicado a los demás, venga a ser yo reprobado (I Cor. IX, 27).

Segundo grado de oración: la meditación

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Leer antes: La oración

El mundo moderno relaciona inmediatamente la palabra meditación con la práctica budista, algo similar sucede con el vocablo “espiritualidad”. Pero el sentido católico de estas palabras es muy diferente, tanto que podríamos afirmar sin temor a equivocarnos que la meditación budista tiene como fin el exterminio del ser, mientras que la meditación cristiana busca la perfección o plenitud del ser, lo cual es posible sólo en la unión con Dios (el Dios personal en el que los budistas no creen…). Sigue leyendo

La oración

Oración de San Francisco

San Francisco y su oración frente al Crucifijo.

En nuestro blog anterior habíamos publicado varios posts sobre la oración, aquí los presentamos en su conjunto y prometemos continuar la serie.

Para llegar a la verdadera vida, la eterna, es necesario poseer la fe. Pero la fe sola no alcanza, en eso diferimos los católicos de los protestantes (y modernistas) según los cuales basta con creer en el Señor, quien ha prometido un perdón total sin pedir nada a cambio. Sí, ha pedido algo a cambio: que usemos debidamente de nuestra libertad, haciendo el bien, evitando el mal, volviendo fructuoso ese don gratuito de la fe que poseemos desde el bautismo, o incluso antes, como en el caso de los catecúmenos. Sigue leyendo